Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp
Share on email

Me está costando poner palabras a mi historia, cuándo en otros momentos la he escrito y me he reconocido en ella, en este momento es difícil de explicar cómo me siento, o quien soy, pero ahí voy…
Siento que ya no quiero colgarme en la vida de otro, que ya no quiero depender o limitarme por falta de confianza en que ¡SÍ lo puedo hacer sola!. Siento que la vida me ha ido enseñando según yo iba mostrando interés, siento que hay veces que no encuentro la palabra adecuada para la sensación que me atraviesa pues hay muchas palabras que desconozco y muchas sensaciones a las que me opongo, siento que de tanto soltar y
tanto liberar ahora me encuentro en el hall de un hotel de una ciudad invisible. Descanso profundamente, siento mi cuerpo y escucho mi respiración, oigo el viento, suena fuerte… es invierno, sale el sol pero hace frío, busco unos guantes, tengo las manos heladas, salgo a caminar y conforme camino va amaneciendo, así me gusta empezar el día, caminando, observando cómo la vida se va desperezando y surgiendo para volver a desaparecer en otro comienzo.
Me siento y eso me parece todo, siento mis piernas cuando camino, mis pies dentro de los calcetines, están fríos, pues llevo zapatillas de verano por un camino granizado. Sentir el frío me gusta, pues me siento más parte del camino, de la huerta, de este lugar, el lugar de mis abuelos, mis bisabuelos…, el lugar donde mi semilla germinó y se convirtió en
niña, en hija, en nieta, en el cambio.
Muchas proyecciones, muchas expectativas se pusieron en esa semilla, pues era la única cebada en un un campo de trigo y se esperaba una buena cosecha.
A esta semilla no le gustaba lo que escuchaba, o cómo la regaban, pues ella quería crecer a su ritmo, explorar la tierra donde estaba, respirar y sentir donde iba a echar raíces…. Y no se sentía cómoda por toda la presión que recibía de su exterior y entonces decidió dejar de crecer, ser semilla por mucho tiempo hasta que se sintiera a gusto, pasaron los años y en ese lugar llovió, llovió mucho, tanto que movió la tierra y la semilla de cebada se fue navegando por un río a través de la huerta, con el tiempo la tierra se
secó, el río desapareció, y la semilla se quedó desnuda en medio de un camino. Por ese camino pasó un perro corriendo y en la patita de atrás la semilla se quedó atrapada….el perro camino, mucho, de un lugar a otro y la semilla con él…sin importarle el lugar pues estaba muy entretenida, un día aquí otro día allí, gente blanca, gente de color, las montañas, el mar…. Todo lo que veía le fascinaba…. Todo lo que olía la removía… experimento la vida y le gustó, pero un día lo nuevo la entristeció… pues ella era nueva también en cada sitio donde iba y eso al principio le gustaba, pero con el tiempo la marchitaba…. Empezaron a venir al presente los recuerdos de esa huerta, donde la regaban y la cuidaban como no lo habían hecho después… y entonces sintió volver, a ver, a los mismos que le habían empujado a salir…. Y cuando volvió los vio con otros ojos, y lloró, lloró mucho, por todo lo que no había visto pero sentía que había pasado, y que ya no podía ver… pues solo los ojos de la presencia alimentan el corazón y le dan sentido a la experiencia.
Ahí la vida le enseñó una valiosa lección, donde está tu presencia está tu vida, no importa la cercanía del cuerpo, si la mente está dormida.
Cuantos años han tenido que pasar semilla para que dejes de buscar afuera lo que alimenta tu vida, que es tu esencia… que es lo que un día te hizo ser semilla.

Continuará…